“Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá, con asombro, que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema”. Alejo Carpentier.

lunes, 9 de mayo de 2011

SEGUNDO FINALISTA (F). Seudónimo: JOSÉ MARTÍ. Autor: MARTA RODRÍGUEZ TORRADO

WITH OR WITHOUT YOU

Ni siquiera el ruido de miles de gotas de agua cayendo sobre mi cuerpo puede apagar la voz de Bono que resuena por toda la casa a un volumen excesivamente alto. Salgo de la ducha y contemplo mi cuerpo en el espejo. Un cuerpo que muchos han calificado como de diosa. Una traviesa sonrisa aflora en mis labios al recordar la noche anterior. Me seco el pelo con el secador mientras sigo la letra de With or without you tan solo vestida con una fina bata de seda de Victoria’s Secrets. Cuando mi pelo está perfecto para mi estricto criterio, saco de uno de los cajones un pintauñas rojo y me dirijo a mi cuarto mientras la música sigue mi avance como un perrito faldero por toda la casa gracias a un avanzado sistema electrónico que sólo está al alcance de unos pocos.
Abro mi gigantesco armario y me dispongo a elegir. En el Upper East Side de Nueva York, una de las zonas más exclusivas del planeta, va anocheciendo y tengo que estar a la altura para no defraudar a la ciudad que nunca duerme. Finalmente de entre los cientos de vestidos que tengo, me decanto por uno negro, corto y ajustado con un delicado detalle de brillantes a lo largo de las mangas desde el hombro hasta la muñeca. Camino por la suave alfombra persa que cubre el suelo del apartamento, me miro en el espejo y hasta yo me quedo sin aliento, pero todavía me faltan los zapatos. Tras descartar lo que parecen millones de pares, al fondo del armario (como siempre) aparecen los adecuados para esa noche: unos Jimmy Choo de catorce centímetros de alto, de tiras negras que parecen hechos a medida para mí.
Vuelvo al baño para maquillarme y, tras tantos años, tardo apenas unos minutos.
Vuelvo junto al espejo y me dedico una última mirada para maravillarme conmigo misma. Estoy simplemente fabulosa, y no es que sea egocéntrica o presumida sino que es verdad: estoy fabulosa. Tengo treinta y dos años, vivo en un apartamento en Manhattan en el Upper East Side, tengo un armario del que podría salir ropa y zapatos suficientes para vestir a todo un país del África subsahariana, y soy extremadamente rica. Sonrío. Mando un rápido mensaje desde mi Blackberry a mi chófer que me estará esperando en la puerta en apenas unos minutos. Apago la música.
El eco de los tacones en el piso vacío es lo único que me acompaña hasta la puerta y el único testigo también de cómo cambio el sencillo anillo de oro por uno de plata con diamantes sin ningún significado universal. Recojo el bolso de una silla, echo una última mirada a la casa y salgo cerrando la puerta. Comienza la diversión.


Meto las llaves en la cerradura mientras él me besa suavemente el cuello. Un dulce escalofrío recorre mi espina dorsal. Sus cálidas manos rodean mi cintura en un ademán posesivo. Abro la puerta y mientras le dedico una sensual sonrisa tiro suavemente de su manga hacia dentro del piso. Él se acerca despacio y justo cuando está a punto de besarme…
- Buenas noches.
Aarón se queda completamente quieto al darse cuenta de que hay alguien más en la casa pero a mí no me pilla por sorpresa, es más, es justo lo que quería.
- Disculpadme si interrumpo algo pero esta es mi casa. Así que si no os incomoda tendréis que dejar la aventura para otro día.- dijo con una sonrisa taimada en los labios.
Captando la ira que se esconde tras ese tono relajado, y con la sorpresa por toda respuesta, Aarón, sale del piso cerrando tras él sin decir una palabra.
- Siento haberte aguado la fiesta, pero la reunión se canceló.- dijo Michael levantándose del sofá y acercándose a mí.
Me sujeta delicadamente por el codo para atraerme hacia él y me besa la mejilla con delicadeza. Huele a perfume de mujer, pero no me pilla por sorpresa. Cuando nos separamos veo reflejada en sus ojos la ira y la furia que le ha provocado verme con ese joven diez años más joven que yo. Una gran sonrisa ilumina mi cara al ver su dolor.
- No pasa nada.
- Espero que tuvieras su teléfono, tengo que reconocer que era muy guapo.
- No tanto como tú.- le digo seria, y es verdad nunca he visto a nadie que pueda si quiera igualar a Mike en ese aspecto, dentro del género masculino claro. Pero entonces recuerdo el motivo de por qué estamos así y le digo con una gran sonrisa de mujer – Pero no te preocupes, hay más como él ahí afuera que también quieren conocerme.
A pesar de que lo digo es verdad, sólo lo hago porque sé que le hace daño. Exactamente igual que él se mantiene cerca de mí para que pueda oler el perfume de mujer que recubre toda su camisa, tratando así de herirme.
Ambos nos quedamos sin nada que decir durante unos minutos. Hemos discutido miles de veces sobre ello y nunca lo hemos podido solucionar. Finalmente se quita la camisa y la tira al sofá intentando hacerme comprender que lo que ha pasado esa tarde queda fuera del piso, que lo quiere dejar atrás. Las lágrimas inundan mis ojos, aprecio su gesto pero lo ha hecho tantas veces… demasiadas. Se acerca con la tranquilidad que le caracteriza hacia mí y me abraza rodeándome por la cintura, primero con dulzura y después con ardor. Me pega a su cuerpo, me dice sin palabras que me quiere a su lado, que no quiere que le deje, que me ama. Pero esto es lo mismo de siempre. Las lágrimas ruedan por mis mejillas y él las limpia atentamente con su pulgar. No puedo soportarlo. Nos hacemos daño el uno al otro constantemente, todas las noches prácticamente. Se olvida de una cita, y entonces yo salgo hasta tarde. Le surge un viaje de negocios durante días, yo me compro los zapatos más caros que encuentro y salgo a estrenarlos. Vuelve con el perfume de otra mujer en el cuello por toda excusa, yo me traigo a otro hombre a casa. Siempre hiriéndonos, siempre buscando nuevas formas de torturar al otro.
Se separa de mí, y me mira significativamente sin soltarme la mano. Exactamente como yo he hecho hace unos minutos con mi conquista de la noche, ignorante de que sólo es un bailarín sin importancia en un ballet gigantesco que se lleva representando durante años. Tira suavemente de mí hacia la cama donde terminaremos haciendo el amor como siempre, como si eso fuera a solucionar todos nuestros problemas.
En la intimidad del dormitorio, abrazados en la cama y desnudos, en un momento de total sinceridad; le pregunto:
- ¿Cómo hemos acabado así?
- Nueva York nos ha vuelto así. El dinero, el poder, la fama…
- No, no ha sido la ciudad. No descargues la culpa de tus hombros tan fácilmente -ambos nos quedamos en silencio-. ¿Cuándo acabará esto?
- ¿Quieres que lo dejemos?, me dice sin mirarme, sin dejar de abrazarme, sin variar si quiera su respiración.
“¡Sí, sí quiero! Eso es lo único que quiero… No, no quiero eso… quiero que arreglemos esto, que lo hablemos y que entre los dos, y por todo los que nos ha unido, lo solucionemos para salvar todos esos recuerdos que hemos creado juntos.”
De pronto me doy cuenta de que esas fueron exactamente las palabras que le dije la última vez que lo discutimos y él me prometió que cambiaría. Y la vez anterior que lo hablamos fui yo la que prometí cambiar para no hacerle daño cuando él me explicó cómo se sentía cuando me veía con otro hombre. Y así hasta aquella vez en que me engañó y yo, cegada por la ira y en busca de venganza, me acosté con otro… y así hasta, hoy.
Entonces me di cuenta de que a pesar del largo rato que había transcurrido desde que me hizo esa pregunta, él no se había movido. Contenía la respiración, atento a mi respuesta. Asumiría lo que yo dijera como buen caballero que era y no protestaría. Uno de los dos tenía que dar ese paso, pero yo no tenía fuerzas suficientes para hacerlo. Ni si quiera quería hacerlo.
- No, no quiero que lo dejemos. No podría vivir sin el bolso que va a sacar Longchamp la temporada que viene. En Vogue ya han hablado de él.
Ambos nos reímos de mi broma, él me besó en la frente con cariño mientras frotaba mi espalda dándome las gracias.
Yo sabía que él no cambiaría, que antepondría su trabajo a mí y no dejaría de ver ocasionalmente a esas otras mujeres. Pero él sabía que yo no dejaría de ser superficial y materialista y que no podría dejar de lucirme en los bares más exclusivos de Nueva York. Pero también sabía que le quería, igual que él a mí.




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