“Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá, con asombro, que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema”. Alejo Carpentier.

lunes, 9 de mayo de 2011

PRIMER FINALISTA (G). Seudónimo: RIMBOMBANTE. Autor: JORGE BARTOLOMÉ ARCILLA

SIN PALABRAS

La verdad es que nadie atendía ya a los refunfuños del charlista señor Charlista, que algunos tildaban, quizá injustamente, de charlatán.

- Os digo que no. ¡No, no y no! Eso es imposible. Totalmente inviable, irrealizable, impracticable… ¡Inalcanzable os digo!

Pero lo cierto es que entre los murmullos silenciosos de un público ausente, los ojos del observador señor Observador no cesaron de contemplar la escena.

- ¡Y también increíble, inverosímil, improbable y sumamente inadecuado!

Nada tenía sentido. Al menos eso era lo que erróneamente pensaba el ignorante señor Ignorante.

- ¡Esto es horrible y espantoso y horrible!

Y, entre tanta confusión, el curioso señor Curioso decidió profundizar en todo ese asunto.

(Pausa dramática).

El caso es que todo se originó por la típica discusión sobre contar y ser contado. Alguien (probablemente un señor charlista) sugirió una idea. Otro Alguien (probablemente otro señor charlista) sugirió exactamente otra cosa.

- Este es el maravilloso, extraordinario, sorprendente y asombroso cuento del cuentacuentos que creyó contar un cuento en el que un cuentacuentos creía estar contando un cuento cuando, en realidad, el propio cuentacuentos estaba siendo contado en un cuento.

El observador señor Observador parpadeó con un ojo y después con el otro para no perder detalle. El señor Ignorante (o quizás un señor curioso) preguntó cómo empezaba. El señor Curioso (o quizás un señor ignorante) pregunto cómo acababa.

- Obviamente empieza como acaba y acaba como empieza. Todo es nada y nada es nunca. Esa es la verdadera realidad de ser y no ser. Razonablemente irracional y absurdamente lógico, ¿no es verdad?

Pero fue demasiado. Demasiado para los observadores, que siguieron escuchando. Demasiado para los ignorantes, que prefirieron no escuchar. Demasiado para los curiosos, que decidieron prestar más atención. Sólo los charlistas tenían todavía algo que decir.

- ¡Plumón! ¡Chancleta! ¡Galletita! ¡Cráneo! ¡Lombriz!

El señor Observador cerró los ojos… y desapareció. El señor Ignorante aprendió algo… y desapareció. El señor Curioso tuvo miedo a la verdad… y desapareció. Todos se desaparecieron, se desvanecieron, se esfumaron, se evaporaron. Huyeron.

- ¡Necios cobardes! Mendrugos, catetos, zoquetes y tarugos es lo que sois. ¡Ya volveréis! Sí… Volveréis apenados, afligidos, compungidos, acongojados y profundamente amargados.

El señor Charlista les habría dicho nueve cosas, pero ya no quedaba nadie para escucharle. Y sin nadie para escuchar, un señor charlista desaparece. Aunque se resista. Aunque proteste. Aunque discuta. Aunque llore. Aunque calle.

(Pausa conmovedora).


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